Diversidad genética: ¿Por qué conservar?
El Perú goza de una enorme diversidad genética, especialmente de plantas cultivadas. Cada una está adaptada a diferentes ecosistemas, con sus propias características climáticas y ecológicas (suelo, comunidad biótica, etc.). Algunas de ellas tienen parientes silvestres, es decir, especies muy relacionadas que también poseen variantes genéticas interesantes.
Sabemos que la diversidad genética está ahí, pero la mayor parte es desconocida. ¿Cómo podemos conservar algo que desconocemos?
Entonces, el primer paso es conocer la diversidad genética, lo cual es posible gracias al uso de marcadores morfológicos (en base a las características visuales de la especie) y moleculares (en base al ADN). Son estos últimos los que han ganado mayor popularidad, pues permiten identificar diferencias entre poblaciones que no pueden ser apreciadas a simple vista.
Se han realizado muchas investigaciones de diversidad genética en cultivos como la papa, el maíz, el yacón, el café, el cacao y el camu-camu, entre otros. Todavía no es suficiente, ya que la diversidad genética que tiene el país es muy grande. Sin embargo, estos datos nos permiten saber qué poblaciones son las más diversas e, incluso, conocer los lugares donde está más concentrada. Así, la finalidad es desarrollar estrategias de conservación más eficientes o restringir el uso de una determinada tecnología o actividad económica que podría afectar la diversidad genética.
Sin embargo, las plantas cultivadas son especies domesticadas. Requieren sí o sí de la intervención humana.
Hay personas que mantienen esa diversidad genética viable. Algunos los llaman agricultores tradicionales, y otros, agricultores conservacionistas.
En el Perú ocurre algo contradictorio: las personas o comunidades que poseen la mayor diversidad genética del país son, a su vez, las más pobres u olvidadas. Todavía no le hemos dado valor a la diversidad genética ni a aquellos que la conservan. Entonces, ¿por qué conservar algo que no tiene valor? Tal vez esta sea la pregunta que muchos se hacen.
Darle valor a la diversidad genética es otro de los requisitos para que las estrategias de conservación funcionen. Por eso, mientras vamos conociendo su valor, debemos dar incentivos a las comunidades para que sigan conservando la riqueza genética del país, patrimonio de un valor estratégico incalculable.
Sabemos que la diversidad genética es importante para que las plantas cultivadas se adapten a las condiciones cambiantes del clima; por ejemplo, la aparición de plagas y enfermedades donde antes no las había, o el aumento de la frecuencia de las sequías, heladas o inundaciones. También permite que las poblaciones se adapten a nuevos territorios.
Entonces, tomamos de la diversidad genética las características que nos interesan y las introducimos en las variedades comerciales para que se adapten a una nueva región geográfica, para que toleren las condiciones climáticas adversas, para que aumenten su productividad o resistencia a plagas, para cambiar su color y sabor, o para mejorar las propiedades nutritivas, etc. La diversidad genética es la base del mejoramiento genético de los cultivos. Ahí está su valor y por eso debemos conservarla.
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